Espacio para la reflexión de temas en torno a asuntos de género, cuerpo y laicidad.

martes, 3 de marzo de 2009

Cortos de Laica 167

La evolución del ser humano a través de cientos de miles de años, como una especie muy vulnerable, pero a la vez con la fortaleza de la razón, se debe, en alguna medida, a la forma de enfrentarse y resolver una compleja combinación de factores. Entre esos factores destaca el sutil juego de las prohibiciones y transgresiones. Sobre eso discurre esta segunda entrega del polémico libro de Georges Bataille, El Erotismo, (Tusquets Ed. México, 2005) :

El erotismo del ser humano difiere de la sexualidad animal precisamente en que moviliza la vida interior del ser. El erotismo es lo que en la conciencia del ser humano pone en cuestión al ser.

Los seres humanos se distinguieron de los animales por el trabajo. Paralelamente, se impusieron unas restricciones conocidas bajo el nombre de interdictos o prohibiciones. Esas prohibiciones se referían ciertamente y de manera esencial a la actitud para con los muertos. Y es probable que afectaran al mismo tiempo a la actividad sexual. Ya el hombre de Neandertal solía enterrar a sus muertos. El conjunto de las conductas humanas fundamentales – trabajo, conciencia de la muerte y sexualidad contenida—se remontan al mismo periodo remoto.

Durante interminables milenios, el ser humano se desprendió de su animalidad primaria: salió de esa muda como trabajador, provisto además de la comprensión de su propia muerte; y ahí comenzó a deslizarse desde una sexualidad sin vergüenza hacia una sexualidad vergonzosa de la que derivó el erotismo.

Existe un juego de contrapeso entre lo prohibido y la transgresión, juego que ordena la posibilidad de ambos. Pero la transgresión levanta la prohibición sin suprimirla. Ahí se encuentra el impulso motor del erotismo; ahí se encuentra a la vez el impulso motor de las religiones.

La prohibición fue por adelantado algo conveniente para la ciencia: alejaba su objeto, lo prohibido, de nuestra conciencia, arrebataba al mismo tiempo de nuestra conciencia el movimiento de pavor cuya consecuencia era la prohibición.

Sin lo prohibido, sin la primicia de la prohibición, el ser humano no habría podido alcanzar la conciencia clara y distinta sobre la cual se fundó la ciencia.

La verdad de las prohibiciones es la clave de la actitud humana. Debemos y podemos saber exactamente que las prohibiciones no nos vienen impuestas desde fuera.

Ya desde los tiempos más remotos, el trabajo introdujo una escapatoria, gracias a la cual el trabajo dejaba de responder al impulso inmediato, regido por la violencia del deseo. La colectividad humana, consagrada en parte al trabajo, se define en las prohibiciones, sin las cuales no habría llegado a ser ese mundo del trabajo que es esencialmente.